sábado, 26 de febrero de 2011

De miedos, rabias y azúcares

Ésta, sin duda, ha sido una semana cargada. Cargada de emociones, de sensaciones físicas, de ideas, de consejos, de propuestas que me han llegado, no de pega como las que espero, pero propuestas de trabajo personal. Un giro ha dado el Universo, el cual me enfrenta a situaciones donde me encuentro con la horma de mi zapato: el Miedo y la Rabia.

El miedo es un viejo amigo para mí. Lo reconozco desde chica, como un escozor en la guata, y la fantasía constante de arrancar, de alejarme, de huir, de sentirme expuesta a nada que me atemorice. Y más profundo que el miedo, la rabia. Una rabia que me vitaliza en ocasiones, pero a la cual también le temo. 
Lamento profundamente que la rabia tenga tan mala propaganda. No es novedad que a los niños se les enseña de muy pequeños a no enojarse, menos con sus padres, abuelos, figuras adultas cercanas. Caudales de energía rabiosa, movilizadora, temeraria, rebelde, que de alguna manera al ser rechazada, se estanca, se debilita, y nos cierra ciertas vías de expresión. Eso sí, no desaparece totalmente; de alguna manera la rabia se hace presente, en los diálogos mentales, las puteadas imaginarias, la actividad onírica, qué se yo.

Esta semana fue dura para mí. Tuve que escuchar desde muchos frentes distintos, una serie de apreciaciones respecto a mi persona, centradas todas en un punto en común: la falta de ACCIÓN. Un activismo que reconozco, que entiendo, que me empapa, pero que paradójicamente, no ejecuto. Una tendencia a quedarme en el lugar común, en el estancamiento, en la huída.

Tras llorar y quejarme un largo rato, encontré en la rabia y el miedo el cabo de hilo que me lanzó por una madeja de sensaciones certeras; algo así como el hilo conductor de mi estructura. Entendí cómo la rabia que he sentido en mi vida ha sido tremendamente silenciada y castigada, primero porque así aprendí, luego porque yo misma me encargué de ocultarla y rechazarla. Entendí que el miedo a esta emoción rabiosa, intensa y palpitante, me empezó a funcionar, y hasta el día de hoy, como principal pivote de escape a todo aquello que ponga en jaque mi capacidad de disentir, de ser rebelde, de ser antagonista, disidente, y por ende, de opinar con luz propia. Entendí porqué siempre me escondo en el alero de la opinión de otros, porqué me importa tanto ser deseable y adecuada para otros, porque mi Yo se me desdibuja tan constantemente, porqué mi voz no tiene siempre la suficiente fuerza, porqué los problemas me atacan de noche, durante el sueño, tras hacerles el quite durante largas horas del día. Entendí el porqué de mis prejuicios, la mayoría de ellos. Entendí cómo bajo una fachada dulce y regordeta, casi como Winnie The Pooh, aprendí a "bluffear" la rabia, buscando en lo meloso un mecanismo amortiguador, tan, pero TAN efectivo, que cuando tengo molestia o nervios me pongo ansiosa por el azúcar, llevando a mi cuerpo a resistir la insulina como un escudo dulce frente a la vida. 

Es lindo saber qué es lo que sucede, pero lo útil es ACTUAR y ROMPER con lo que nos daña. Yo soy experta en diagnósticos, pero muy amateur en acciones. El hecho de ser consciente de ciertas cosas no es aun un motor suficiente de acción para mí, de acción concreta de liberación. Pero con la misma elocuencia con la que me dijo el iriólogo: O hago algo, o me arriesgo a morir.

Prefiero ser del grupo de las que muere haciendo cosas.

Como le digo a mis pacientes, coloquialmente, algunas cosas en esta vida hay que hacerlas con el poto a dos manos, pero hacerlas.

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